El tiempo no vuela, pero tampoco espera

“Afortunado es el hombre que tiene tiempo para esperar”

CALDERÓN DE LA BARCA

En algún momento indeterminado de la historia de la humanidad algo impulsó el deseo de medir el tiempo. No sabemos qué pensarían nuestros antepasados al observar que en ciertos momentos había luz y en otros oscuridad; o cómo había épocas en las que el clima hacía florecer la naturaleza y otras en las que languidecía la vida a su alrededor. Tal vez ahí nació la necesidad de controlar el tiempo poniéndole las correas del reloj y del calendario. Con esa ilusoria sensación de dominio creímos que, una vez puesto nombre al misterio, ya sería nuestro y podríamos manejarlo a nuestro antojo. La realidad es que han pasado muchos siglos desde ese primer reloj de sol y la humanidad ha realizado grandes conquistas, unas más afortunadas que otras, pero la del tiempo no ha sido una de ellas, aunque empeño nunca ha faltado.

Resulta curioso cómo las distintas culturas se han ido amoldando a la concepción del tiempo que ellas se han creado. Los primeros meses de trabajo en Tailandia me desesperaba porque se me iban los días sin resolver todo lo que tenía previsto. Yo me despertaba por la mañana con una lista de gestiones que necesitaba hacer y salía con mi cabeza en formato business agenda, que me indicaba dónde tenía que ir, a la hora que iba a llegar y el tiempo que me iba a llevar tal gestión. La frustración llegaba desde el primer momento, donde algo que podría resolverse en cuestión de minutos me llevaba horas, y en ocasiones días. Yo volvía a casa, dentro de ese caos circulatorio que prolongaba aún más mi angustia, desesperado por no llegar a comprender que se pudiera vivir así. Las cosas cambiaron cuando comprendí que esta batalla con el tiempo era más una lucha interna que de una mejor gestión de mi día a día.  Era cuestión de dejar mi mentalidad multitask y aceptar que, como dice el evangelista por boca de Jesús, “a cada día le basta su propio afán” (Mt. 6, 34).

Aquellos que están imbuidos en la vorágine de una vida sin oxígeno suelen afirmar que “el tiempo es oro”. Cada segundo, si uno es hábil, es posible monetizarlo con gran rentabilidad. Lo irónico de todo esto es que, por muy grande que sea una fortuna, absolutamente nadie puede comprar “tiempo”“Doy todas mis posesiones por algo más de tiempo”, dijo la reina Isabel I (1663) momentos antes de morir, pero el tiempo la ignoró, porque no necesita nada. Tampoco hay un mercader del tiempo que comercie con él. El tiempo es libre porque no se ata a nada ni a nadie. El tiempo es justo, porque trata a todos de la misma forma; seas rico o pobre dispondrás de las mismas horas al día. Entonces ¿por qué el paso del tiempo no trata de la misma forma a todas las personas? El tiempo nada tiene que ver con esta desigualdad, sino lo que hacemos durante ese tiempo. Hay acciones que en el mismo intervalo de tiempo pueden perjudicar nuestra vida o la de otros, pero también puede mejorarla. El filósofo griego Teofrasto afirmó que “el tiempo es la cosa más valiosa que una persona puede gastar”, pero gastarlo con sabiduría no siempre está al alcance de todos. Por tal motivo, en nuestras manos está el poner vida en el tiempo; vida para nosotros y para los otros. Horas con vida, horas de vida y vida en las horas.

Otra característica del tiempo es que ni vuela ni se detiene. En realidad es nuestro estado emocional el que produce esa distorsión sobre el tiempo. Cuando nos aburrimos parece que el tiempo se hace interminable y cuando estamos disfrutando nos parece mentira que haya pasado tan rápido. Durante las últimas semanas hemos vivido una experiencia que ha marcado profundamente los distintos ámbitos de nuestras vidas. Ha habido gente que iba contando los días que llevaba de confinamiento y algunos acuñaron la expresión “un día menos” como grito de guerra. Otras personas llegaron a perder la noción del tiempo y ya no distinguían entre los días de diario y los fines de semana. Hubo a quien esta situación de confinamiento le resultó eterna. También se han tenido que suspender innumerables acontecimientos, tanto a nivel internacional como particular. Bodas, viajes, comuniones, aniversarios, etc. han sido tachados de la agenda de miles de personas que, en muchas ocasiones, lo habían programado con meses y años de antelación. Es comprensible la frustración de aquellos que con tanta ilusión y emoción habían preparado ese día tan especial para ellos y los suyos. En la gran mayoría de los casos no se contemplaba la posibilidad de un plan B; porque a nadie se le podía pasar por la cabeza, ni remotamente, que pudiera pasar algo así. Y pasó. Todavía recuerdo, un par de días antes del anuncio oficial del comienzo del confinamiento, cómo una de las madres de Primera Comunión me miraba incrédula ante la posibilidad de que el 16 de Mayo no pudiésemos celebrar el Sacramento de la Reconciliación con los niños y sus familias. Y no se pudo.

Tal vez durante mucho tiempo nos hemos sentido “señores del tiempo” (como de tantas otras cosas). Nosotros programábamos según nuestro parecer y así debía acontecer. Ahora nos hemos dado cuenta, o al menos eso espero, que ni los acontecimientos más importantes a nivel mundial ni la celebración más íntima se sostienen en un calendario o en una agenda. Muchos se resisten a perder sus seguridades y, entre ellas, la del tiempo es una de las más importantes. Queremos saber, necesitamos saber, el “cuándo”: cuándo recuperaré la vida que tenía antes, cuándo se acabará el miedo, cuándo podré celebrar aquel acontecimiento que aplacé, cuándo… Lo cierto es que no hay aseguradora que pueda garantizarnos un “cuándo”. Y de la misma forma que me adapté al transcurrir incierto del tiempo en Tailandia, deberemos hacer todos un ejercicio de “conversión” para evitar que esta situación de incertidumbre nos sobrepase y nos haga sufrir más de lo que debiéramos. Recuerda: la batalla no es contra el tiempo, sino contra la idea que tenemos de él.

Vicente Gutiérrez
Sacerdote de las Parroquias San Pablo, Las Nieves y La Montaña.
Misionero en Tailandia durante 12 años.

Artículo original publicado en:
https://revistafast.wordpress.com/2020/05/29/el-tiempo-no-vuela-pero-tampoco-espera/